Padre Hugo Tagle

Mecha corta

Padre Hugo Tagle En twitter: @hugotagle

Por: Padre Hugo Tagle | Publicado: Lunes 21 de septiembre de 2020 a las 04:00 hrs.
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La pandemia y el encierro contribuyen a que aumente el hastío e irritación. Y con ello inseguridades y desconfianzas. No ha sido fácil, sobre todo para la tercera edad, que padece un verdadero “castigo” con un confinamiento más severo.

Los chilenos somos de “mecha corta”; de bajo umbral de tolerancia. Si antes perdíamos la paciencia con facilidad hoy, seguro se ha acentuado. Caemos en descalificaciones con facilidad, casi al comenzar una discusión, nos hartamos y enrabiamos al primer malentendido, considerando “tóxico” todo lo que no cumple nuestras exigencias.

Hace unos días, un político fue criticado por su ingenuidad al “sobreestimar la capacidad de acuerdo de los chilenos” ya que, según sus críticos, “veían difícil una verdadera conciliación de voluntades pre y post plebiscito”. Los diálogos logran poco, se piensa. Buscar destrabar un conflicto pareciera provocar su aumento y no su solución. Algo de esto se revela en la enorme cantidad de reclamos entre vecinos que terminan en los juzgados de policía local.

Vivimos la era de la ansiedad, de crispación fácil, en que todo es para ayer, un minuto resulta una eternidad, en que la sola palabra “diálogo” da urticaria. Es la era de los “winners”, en que “empatar” es perder, signo de debilidad, de ser “amarillo”, como mala y tristemente se escucha en muchos foros sobre quienes buscan acuerdos, comprensión y flexibilidad. Vivimos a la defensiva, viendo en el otro un potencial enemigo. Ahora somos todos culpables. Cualquier diálogo parte desde la sospecha, de la intriga y recelo; de la idea de que el otro “trama algo”, busca perjudicarme o “derrotarme” aunque eso signifique su propia pérdida. “Ganar” a costa del otro, adelantando por la caletera, apostando a “el que pestañea pierde”, finalmente es una derrota. La vida, buen lector, es “buscar acuerdos”, jugando limpio. Y ello no es signo de debilidad, sino de fortaleza.

Pero se entiende el recelo ambiental. Han sido muchas las decepciones vividas. Abunda lo que los psicólogos llaman la “desesperanza aprendida”, esa sensación interior de que, a pesar de todos los esfuerzos realizados, del empeño puesto, nada va a cambiar. Eso frustra. E irrita. Descompone y violenta.

Éste ha sido un tiempo para crecer en la paciencia. No es fácil. Circula una vieja oración que nos hará bien repetirla: “Te pido serenidad para aceptar todo aquello que no puedo cambiar, valor para cambiar lo que soy capaz de cambiar y sabiduría para entender la diferencia”.

Una mecha larga no solo dura más. Da más luz. Y mueve a cambios.

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